Proyecto Abuelita by Anne Finne

Proyecto Abuelita by Anne Finne

autor:Anne Finne
La lengua: spa
Format: epub
editor: Nórdica Libros
publicado: 2018-10-17T11:33:05+00:00


Todo cambiado

De puntillas, Tanya entró en el cuarto de la señora Harris con la bolsa de agua caliente, que casi se le cae al suelo de la impresión.

—¡Abuelita! —dijo Tanya—. ¡Lo has cambiado todo!

Miró cómo Iván, descalzo, se había subido al aparador para fijar sobre la pared el póster de una mujer solitaria, recostada, como si fuese una estrella de mar, sobre la interminable y refulgente arena del desierto. Encima de ella un sol ardiente brillaba en el cielo y las cumbres de unas montañas lejanas parecían incandescentes.

—Iván, esa chica no lleva nada de ropa.

—El mejor vestido de cumpleaños que jamás haya visto —comentó la señora Harris—. Fijaos en ella, bronceándose por delante y por detrás. Esta chica sí que sabe.

Tanya observó a su alrededor. La cama estaba en otro lugar. Así como la cajonera. Y también la televisión.

—Has cambiado la televisión de sitio —acusó a su hermano.

—Ahí coge mejor la señal —respondió Iván—. Así es como empezó todo. Si tengo que tragarme cada tarde Fairways o Solomon Street, por lo menos pienso asegurarme de que la imagen se vea bien.

—Le ha cogido el truco a esa tele —dijo con orgullo la señora Harris—. Los colores son perfectos. Ahora el reverendo Collins sí que tiene mejor cara.

—¿Dónde están todos los adornos de porcelana de la abuelita, los que estaban en el aparador?

—Ahí abajo, en esa caja.

—¿Por qué los has guardado?

—Se acumula el polvo en ellos —explicó Iván—. No me queda tiempo para pasar el plumero. Así que fuera.

—¿Puedo quedarme con algunos?

—Sí —dijo la señora Harris—. Puedes quedarte con algunos ahora y los demás en cuanto muera. El último vestido que me toque ponerme no lleva bolsillos.

Tanya echó un vistazo para ver qué era lo que más le gustaba. Encima de la cama había pegado otro póster que no había visto la última vez. Era increíblemente largo, una vista de un mar rugiente, con grandes y voluptuosas olas verdes que rompían en un gran estallido de burbujas y espuma. Era tan verde, tan inmenso y poderoso que te arrastraba hacia dentro en cuanto lo veías.

—¡Increíble! —exclamó Tanya—. ¿De dónde lo habéis sacado?

—¡Lo hemos llevado a imprimir! —dijo Iván—. ¿A que es alucinante?

—Me mareo solo con verlo —le confesó la señora Harris—. No dejo de ver piratas detrás del aparador. —Y añadió, un poco nostálgica—: Debería haber pasado mi vida junto al mar.

Iván bajó de un salto. Desenganchó otros dos cuadros de sus alcayatas.

—Nunca me gustó esa dama de la izquierda —comentó la señora Harris—. Me parecía una ñoña. No la echaré de menos. Pero sí al ciervo de la ladera. Me gusta ese ciervo. Yo lo entiendo a él y él me entiende a mí.

Iván arrojó el cuadro de la dama a una caja y colocó el del ciervo sobre la mesa.

—Volveré a colgarlo en cuanto haya pegado este último póster.

—¿De qué es?

—Este te va a gustar —dijo Iván. Desenrolló el tercer póster, de un tamaño enorme—. La verdad, quedó bastante bien, creo.

Lo desplegó para que ella pudiese verlo y sonrió cuando ella se acercó para escudriñarlo.



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